Los colores de una calle cambian a lo largo del día. No es lo mismo ver una cofradía a primera hora de la tarde que verla a última hora de la noche o primera de la madrugá. Sin embargo Trajano siempre es como una gran feria, sus aceras se colmarán de gentes esperando las cofradías que siempre pasan por Trajano a la ida cuando los cirios aún no se han desgastado y las flores siguen impolutas en su sitio.
Se abre la veda de los colores. Las verdes copas de la Alameda se atisban al fondo de las fachadas que sirven de entrada a la calle. El domingo de ramos se dispara entre la bulla, el gentío, el tío de los globos, las trompetas, las vaharadas de incienso que suben hasta el cielo y los capirotes celestes que se encaminan a la Campana.
La noche cambia el fondo, pero sigue la esencia. Las farolas que penden de los edificios dan un nuevo tono amarillento, casi dorado, al enclave donde se desarrolla una escena de Tribunal sobre el impresionante canasto. El domingo de ramos inicia su recta final.
La madrugá tiñe de verde la calle. La Macarena la colma; la madrugá se hace día.
Al alba de la madrugá el fondo del cielo le da un aura azulada de amanecida.
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