Sin saber cómo ni por qué le entró en las venas como un virus benigno de la noche a la mañana, el no se crió por Gravina, ni vio envejecer las fachadas de la cercana calle Zaragoza, ni entre las hojas de los árboles de la Magdalena jugó a la pelota. Pero cada vez que viene de visita a Sevilla tiene que pasar por su capilla.
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