lunes, 30 de abril de 2012

Nos queda el recuerdo

Nos queda el recuerdo

Hay momentos que uno vive sin saber que va a vivirlos, o sin planear vivirlos. En semana santa ésto suele pasar muy a menudo, y fue lo que me ocurrió a mí el pasado miércoles santo.

Como cada año, me gusta ver el regreso de la hermandad del Baratillo desde la Plaza del Triunfo, bajando la calle Adolfo Rodríguez Jurado, cruzando la avenida de la Constitución y adentrándose en Tomás de Ybarra mediante la vuelta de la Casa de la Moneda. Pues bien, venía de verlo, e iba en busca de otra cofradía, concretamente la de las Siete Palabras, y para ello, después de recorrer la plaza de la Virgen de los Reyes me adentré por la Calle Don Remondo y Segovias para salir a la parte final de la Cuesta del Bacalao, pero aquello era impracticable, la hermandad del Cristo de Burgos acababa de pasar por allí y pese a que quedaba un buen rato para la llegada de los Panaderos, había una turba inmóvil apostada en la confluencia con Francos y era imposible atravesarla.
Fue entonces cuando sin comerlo ni beberlo tuve que dar un rodeo, decidí continuar el cauce natural de Argote de Molina y llegar a la plaza del Salvador por la calle Pajaritos, torpe de mí. En la estrecha calle un leve reguero de gente, picudos capirotes negros, silencio, nube de incienso, siseos, acólitos ceriferarios. En el silencio de la calle, en la penumbra que aquella estrechez confería al tramo más angosto de Francos empezó a reflejarse el destello amarillento de la candelería, de fondo Tejera, de fondo "Margot". Pasó como una exalación, no quiero decir con ello que pasara corriendo. Sino que pasó como si nada le importase quién había en aquella estrecha boca calle, paso a su ritmo, sin que se moviera una bambalina, sin que se moviese un varal. El silencio permitió incluso escuchar los mandos de los capataces.


De aquello siempre me quedará el recuerdo.

Nos queda el recuerdo

Nos queda el recuerdo

domingo, 29 de abril de 2012

¿Alguien recuerda la primera vez que discutió con su padre? Yo sí. Debía tener como tres o cuatro años, debería rondarse pues el año del señor de 1987 ó 1988. Por cierto, era miércoles santo.

Por aquél entonces el martes santo cordobés vivía momentos para el recuerdo al regreso de las dos últimas cofradías de la nómina, el Buen Suceso y el Prendimiento. Resulta que por aquellos años ambas bajaban la cuesta del Bailío que, para los que no seáis de Córdoba, consiste en una cuesta bastante larga que une la plaza de Capuchinos con la calle Alfaros y que, contrariamente a lo que se pueda imaginar, es de escalones.
Pues bien resulta que la hermandad del Buen Suceso pasaba en primer lugar por aquel punto, punto que hacía ralentizarse sobremanera el curso de la cofradia, tanto por el esmero que se tenía en recrearse por allí como por la aglomeración de gente que allí se reunía. Eran años de raso morado y fajín en la corporación de San Andrés, eran años en que aún buscaban su identidad (no sé si la han acabado encontrando la verdad) eran años en que mi padre me llevaba a ver cofradías sabedor de lo jartible que era su hijo aún a tan temprana edad.
Pues bien, sigo, que me pierdo. Consciente de lo que era meterme en semejante bulla y consciente y sabio también de que se espera mejor una cofradía al amparo de una buena cerveza que en medio de una acera vacía, solía reunirse en la esquina de la calle Hermanos López Diéguez con la calle Fuenseca (por donde venían las cofradías), en un añejo bar que quemaba romero para amenizar la espera. El caso es que después de que ya hubieramos visto a la Santa Faz y a esas mismas cofradías por otros puntos, empezamos la espera. Las horas fueron pasando, no había un "El Llamador" o un José Manuel de la Linde que fuera informando (en el caso de Córdoba un "paso a paso" o un José Antonio Luque), no había twitter ni facebook, no había whatsapp para intentar hablar con alguien que estuviera por allí. No había nada de nada, por no haber no había ni cofradía. Miraba el horario una y otra vez y no le cuadraba nada, ni aparecía la cruz de guía ni se oían tambores. Sólo había gente esperando que, desesperada, se iba marchando. Pero yo persistía, eran ya casi las tres de la mañana y no me rendía el sueño, mi padre estaba rendido, inventó mil argucias para arrancarme de allí pero no podía. Hasta que mi tía me convenció de que habíamos llegado tarde y que las cofradías ya habían pasado y se habían hasta recogido. Resignado me fui a casa con mi padre. Pero ahí no acaba la historia, esta historia tiene una intrahistoria, de la cual me enteré al medio día siguiente y de ahí mi primera discusión paternofilial.

Gustaba mi padre, como buen cofrade, de la sana costumbre de visitar en la mañana del miércoles santo la iglesia de San Lorenzo para ver los pasos prestos y dispuestos de la hermandad del Calvario, gustaba por ende, de tomar unas cervezas en el bar Casa Manolo (ese que se mudó a la acera de enfrente y acabó volviendo al lugar de orígen con el nombre cambiado, cambiando Luis por Manolo), pero al caso. Que en esa tertulia concurrían cofrades del barrio, y entre ellos del Prendimiento. Y salió a relucir la mentira de mi tía. Resulta que la noche anterior la hermandad del Buen Suceso, que siempre ha andado escasa de efectivos de trabajadera para abajo, se vio con que la cuadrilla del misterio no era capaz de bajar la cuesta del Bailio. Resulta que se generó un parón, figurense, el misterio saliendo de la calle Bailio embocando la cuesta, el palio llegando a la plaza de Capuchinos y la cofradía del Prendimiento pues entre Torres Cabrera y San Zoilo. Solución: Costaleros salesianos de la hermandad del Prendimiento tuvieron que ayudar a pasar el misterio por tamaña cuesta para poder descongestionar el embudo producido.
Reacción mía, reacción de niño de 4 años que se da cuenta de que le han tomado el pelo, enfado y reprimenda a mi padre.

Y recuerdo aquello como si fuera ayer: La espera en la calle oliendo a romero quemado, las palabras de mi tia y la tertulia de medio día en aquel patio que olía a vino de platino y a fritanga de la cocina de la Encarni.
Sí, yo recuerdo la primera pelea con mi padre.

El motivo no era otro que me fascinaba ese olivo, ese misterio y, sobre todo, ese caballo.

Nos queda el recuerdo

Nos queda el recuerdo

Nos queda el recuerdo