Llegó el tercer día. Después de los dos primeros ya empezamos a tomar conciencia de lo que se nos ha venido encima. Otras ocho cofradías invadiran la ciudad de nuevo irradiando sensaciones y emociones a golpe de tambor, trompeta, mecida y rachaeo costalero.
Lo mismo da la hora a la que nos fuéramos anoche a la cama, hoy hay que estar de nuevo en planta prontito, esto se acaba pronto y hemos de aprovecharlo. Sobre las doce y media tenemos que estar en el barrio del Cerro del Águila, su avenida principal Afán de Ribera será un hervidero de gente disfrutando del día grande para el Cerro y entre sus árboles frondosos, que apenas dejan pasar el intenso sol de medio día, se recortará la silueta del crucificado ante el que se arrepiente Longinos.
La imágen es impresionante, el cortejo de terciopelo burdeos y capas blancas se pierde por el largo de la calle, ya atravesando la Ronda del Tamarguillo para afrontar la avenida de Ramon y Cajal mientras el misterio avanza a pasos agigantados para ganar tiempo de cara a la llegada al centro. Las plumas blancas que ayer inundaban el Arenal con sus notas para las Aguas, ponen hoy música al canasto de madera noble con apliques de plata que comanda Paco Reguera en medio de una ingente nube de incienso.
Las filas de nazarenos se prolongan más aún tras el paso del Cristo precediendo a la Vírgen de los Dolores, orgullo del Cerro, madre de un barrio que se volcó en su Coronación Canónica y que hoy se vuelca con ella y por ella. Alguna que otra saeta le lloverá con mimo desde un balcón o a pie de calle al son de la palillera, y con movimientos dulces se irá encaminando hacia el centro despidiendose con mimo de un barrio que no la espera, porque se va con ella para que no vaya sola en su arduo camino hacia la catedral.
El gran número de nazarenos de ésta joven corporación (este año cumple 20 estaciones de penitencia) nos ha hecho empalmar la mañana con la tarde en el Cerro, por lo que buscar un lugar fresco y tranquilo para almorzar algo rápido antes de encaminarnos a la calle Feria no sería mala idea.
Y la calle Feria, será una feria. Pese al carácter serio de la cofradía que hoy sale de Omnium Sanctorum, el barrio se contagia de ese ambiente pero no deja de arropar, por lo que entre naranjo y naranjo cuajado de azahar no cabe un alfiler para presenciar la esforzada salida de los dos bellísimos pasos de la hermandad de los Javieres.
La cruz de guía es sobria, una simple cruz arborea tintada de negro, escoltada por dos faroles y precedida del diputado de horas abre el cortejo de ruán y esparto que precede al Crucificado de las Almas. El silencio se hace cuando los ciriales pasan la rampa y se intuye el canasto en la penumbra fresca de la iglesia. El incienso se mezcla con el azahar y crea un perfume de martes santo en el que sobra la música. El canasto de Guzmán Bejarano, dorado, iluminado por guardabrisas, va ganando milímetros poco a poco a las órdenes de Fali Palacios, las llamadas son cortas y cuando va a salir el Cristo se detiene el paso y se echan los cuerpos a tierra. A media altura salva el arco de medio punto de la puerta al tiempo que el sol domina la tez morena del Señor de las Almas, obra maestra de José Pires Azcárraga que culmina su salida al atravesar casi sin mecerse la berja de metal que separa el pequeño atrio de la calle Feria.
Ante nosotros hace la primera revirá, pausada, casi de costero a costero si llevara música y rompe de frente con el paso pausado, racheado y largo, y reposado. El canasto parece ir en volandas entre la bulla precedido por la enorme vaharada de incienso que se hace más patente al contacto con los rayos de sol. El verde de los naranjos se mezcla con el dorado del canasto y el rojo sangre de los claveles del calvario, la instantánea es hermosísima. Sin prisa pero sin pausa el Cristo se nos pierde por la esquina de la calle correduría, faltará entonces poco para que el paso de palio se ponga en la calle.
Poco a poco veremos aparecer los respiraderos de plata y las primeras tandas de candelería tras la puerta de la iglesia. La levantá suena fuerte dentro de los muros y el sonido de retirar los zancos nos anuncia lo que se avecina. Los costaleros posan todo el peso sobre sus rodillas y poco a poco van sacando el paso de la Virgen de Gracia y Amparo una belleza callada de la Semana santa Sevillana. Una tras otra van saliendo las parejas de varales y las bambalinas hasta que el palio al completo queda detrás de la berja, el himno nos avisa de que está en la calle y la levantá alivia de alguna manera a los cuerpos tras el esfuerzo sobrehumano de la puerta.
Las mecidas son cortitas, medidas, mesuradas, con mimo. Las bambalinas a penas rozan los varales cuando ya están de vuelta hacia el interior del paso. La expresión de María, pese al llanto, es seria, serena, tranquila, erguida, hierática casi, con la mirada fijada en el infinito, como quien lleva tres días llorando y ya no le queda expresión que adoptar en un rostro de madre niña, dulce como ella sola.
La banda de Julián Cerdán de Sanlúcar de Barrameda acompasa estas primeras chicotás del palio de los Javieres en la calle que tomará la calle Feria y se despedirá de ella hasta que la noche lo devuelva con la cera gastada.
Tranquilamente nos encaminaremos ahora la barrio del Arenal, allí a la espalda de la Maestranza y a la sombra casi de la Giralda, por la calle Castelar, en torno a las seis de la tarde, debe andar la cofradía de los Estudiantes. Mil quinientos nazarenos de ruán negro acompañan al Cristo de la Buena Muerte y la Virgen de la Angustia. Dos obras de arte del barroco Sevillano, dos estampas de siempre del martes santo, dos tallas para detenerse eternamente ante ellas a rezar, a perderse en las llagas del Crucificado y en las lágrimas de la Virgen, para bucear entre los recobecos de la melena barroca del Cristo y de los ojos llorosos de María. Dos tallas para vivir cien martes santos solo con Ellos.
De la calle Arfe llegará el Cristo de la Buena Muerte, sobre su paso renacentista de caoba, andando frecuente y racheado, con un paso gateado sin frenarse. Llegará portentoso entre sus cuatro achones color tiniebla, con el monte de clavel rojo o de lirios morados, lo mismo da, porque Él se sobra y se basta sobre el madero. Parece ir dormido en vez de muerto, parece decir algo con sus labios entre abiertos, parece que la sangre es sangre en su cuerpo. Levantá a pulso y una nueva chicotá nos alejará al Cristo en dirección a la calle Gamazo buscando la Campana para iniciar la carrera Oficial.
El tramo de penitentes de cruz que se extiende tras el Crucificado es interminable. La talla de Juan de Mesa ya se nos habrá perdido por Joaquín Guichot y las cruces seguirán pasando ante nosotros. Por ello escalaremos en ese bosque copioso de madera hasta encontrar tramos de cera entre los que podamos ir a la búsqueda de la Virgen sin tanto inconveniente.
Poco antes del Postigo nos daremos de bruces con el altar andante de la Virgen de la Angustia. El bordado barroco de sus bambalinas que penden de una hermosísima crestería de plata no es más que el preludio de lo que hallaremos dentro de sus doce varales, una talla de Juan de Astorga con la cabeza ligeramente inclinada y la mirada hacia abajo, buscando consuelo entre sus gentes. Es una delicia ver andar este paso de palio, con un movimiento casi imperceptible de bambalinas. Camino del Postigo podemos acompañarla cuanto la bulla nos permita, y cuando ya no podamos, verla adentrarse en el Arenal desde la trasera, admirando el hermosísimo manto que estrenase hace unos años el martes santo.
Tras dos hermandades de negro, de crucificados en silencio y palios con marchas selectas, tan iguales aunque a la vez tan distintas. Toca cambiar de tercio, buscar la otra cara de la semana santa, la otra cara del martes santo, y por ello nos haremos un sitio de la manera que sea en la calle Placentines para ver a la hermandad de San Esteban.
El misterio vendrá a los sones de Virgen de los Reyes, la Agrupación que hará resonar sus notas en la Plaza de la Virgen que da nombre a su formación. Tras los capirotes y capas celestes, el antiguo paso del Cristo de la Expiración, del Cachorro, ahora sede perpetua del misterio de las burlas al Señor, avanzará a las órdenes de la familia Ariza buscando su barrio, que empieza en la Alfalfa. Tendremos la suerte de ver la revirá de la calle Alemanes, donde de seguro podremos disfrutar de alguna marcha en honor al Cristo de la Ventana, el Señor de la Salud y Buen viaje, el único de la semana santa que, a la par de sudor, mana lágrimas por sus ojos. Y no son lágrimas de dolor, sino lágrimas de pena que más tarde, en el madero desembocarán en la frase "Perdonalos señor, que no saben lo que hacen..."
Arropado por un manto púrpura y una caña a modo de cetro, se burlan de Él y le gritan Salve Rey de los Judíos dos sayones en presencia de un romano. Una segunda revirá hará que el paso se pierda por la fachada del bar Gonzalo en dirección a la Cuesta del Bacalao, entonces, mientras esperamos el palio, escucharemos, una tras otra el eco de las marchas que acompasan el transitar del misterio por semejante enclave.
El palio viene distinto. Distinto a como venía antes. Las marchas adaptadas del misterio para sus bambalinas han dado paso a un selecto grupo de composiciones clásicas como Macarena, Virgen de las Aguas o Virgen de la Paz que le dan un punto de más sevillanía. El palio de malla no tiene unas bambalinas excesivamente largas, y tras ellas podemos ver perfectamente, ya iluminada por la candelería el rostro de la Virgen de los Desamparados. Como el misterio, dos revirás se la llevarán de nuestra vista, habiendonos dejado el regusto de haber disfrutado de unas chicotás encantadoras bajo una giralda recortada en un cielo azul oscuro aunque ya iluminada.
Siguiendo la estela del palio de San Esteban, cruzaremos por la altura de García Vinuesa la avenida de la Constitución y buscaremos por la calle Zaragoza el transitar de otra cofradía que sabe a casco antiguo, a barrio añejo y a Sevilla.
El ruán negro volverá a ser dueño del Arenal precediendo al canasto neogótico del Cristo de las Misericordias. La hermandad de Santa Cruz, penúltima de la jornada en la Campana, discurre al son que marcan los costaleros de su paso de Cristo, con el paso largo y racheado. A los piés del Señor, la Virgen de la antigua, stabat mater, que recuperase la hermandad en el año 2004 y que, gracias a Dios, no se perdió de nuevo en la noche de los tiempos.
Ya es noche cerrada y los candelabros apiñados trabajan a todo tren para servir su luz al crucificado expirante y a su madre que le acompaña. Por Carlos Cañal se nos perderá éste primer paso, entre sus fachadas iluminadas por esferas amarillentas de luz pública.
Buscando el palio nos daremos de frente con él en la plaza del Molviedro. No cabe un alfiler, de modo que tendremos que apostarnos donde podamos y disfrutar del momento mágico. La luz de la candelería reparte su gracia por la fachada de la capilla de Jesús Despojado, y cualquier marcha del corte de Saeta Cordobesa o Margot estará poniendo banda sonora al momento cofrade del martes santo. La voz rota de Carlos Yruela manda los designios de los cuatro zancos de la Virgen de los Dolores, de Antonio Eslava, muy similar a la que la recibe en su capilla, casi gemelas. Otra crestería de plata para el martes santo se mece ante nosotros y se nos pierde por Doña Guiomar dejandonos de nuevo con la miel en los labios.
Como disponemos de tiempo, llegaremos a la embocadura de Argote de Molina desde Hermando Colón y allí, como podamos, porque será imposible pasar, veremo el discurrir de la hermandad de San Benito. Sólo veremos los capirotes morados, y las insignias en alto, hasta que lleguen los pasos. Los ciriales con las cabezas de angelitos nos anuncian que el misterio va a aparecer de un momento a otro, y no nos engañan, enmarcado por la puerta del patio de los naranjos, la cara de Poncio Pilato, adelantada unos centímetros del canasto, nos Presenta a Jesús. El enorme paso de misterio, el canasto historiado de la Calzada revira poco a poco al compás de su banda, de costero a costero y sobre los pies para iniciar la Cuesta del Bacalao.
La escena dramática es casi teatral. Pilato señala sin vergüenza al Hijo de Dios en presencia de un sanedria y dos romanos. Las mujeres de la corte lloran ante el tenso instante vivido en el palacio del procurador, cuya manta de piel de tigre se extiende entre su trono y la trasera del paso. Terminada la revirá gana metros poco a poco, sabiendose mirado, sabiendose observado y degustado, si se me permite la expresión. Una marcha tras otra, pondrán el remate a una chicotá que acabará justo antes de retomar la calle Placentines en su confluencia con la calle Francos. El barrio de la Calzá impregna al centro de su aroma, un aroma de calle Oriente y puente de renfe, aroma de caños de carmona y cera consumida de regreso.
La cofradía, por su número de nazarenos y el andar de su misterio, tardará en pasar. pero hay que disfrutar el instante. Es noche de martes santo, el cielo negro azabache está salpicado de estrellas, la luna se asoma entre las fachadas para disfrutar de sus cosas semanasanteras, y entre tanta divagación ilusoria y utópica, los tambores y cornetas de la banda del Señor de la Sangre nos anunciarán que el Crucificado que Buiza tallara para Sevilla está en la esquina de Alemanes con Argote de Molina.
Si el primer paso es una obra de arte, el segundo no le va a la zaga. El respiradero tiene una talla impresionante, que se continúa en el canasto, en el frontal del paso un ángel mancebo porta un relicario y nos mira fijamente casi diciendo Éste es el Hijo de Dios. La canastilla está salpicada de angelitos que parecen revolotear para mitigar el dolor del Señor Crucificado, cuya escena y cuerpo hacen honor a su advocación, el Cristo de la Sangre, viene perdido de latigazos y magulladuras, el casco de espinas le rodea toda la cabeza y le origina pústulas sangrientas en la frente, y reguero de rojo vigor recorren sus antebrazos colgados del madero.
La revirá nos lo pone de frente para iniciar el ascenso de esta cuesta del Bacalao, de esta hermosa calle Argote de Molina a rebosar de gente, en una bulla ordenada que disfruta con cada paso de los costaleros. Su hechura nos recuerda mucho a la del Cristo del Amor del domingo de Ramos, hechura que se pierde por la calle Placentines dejando constancia una vez más de la eternidad de lo efímero, pues aunque ya se ha ido, su imagen quedará prendida en nuestra retina.
El palio de la Virgen de la Encarnación no llegará deprisa. Si por algo se caracteriza el martes santo sevillano es por los parones y retrasos. Pero eso es algo que forma parte de la fiesta y con lo que tenemos que contar, por lo que volvemos a lo que estábamos. A disfrutar del enclave, a admirar los balcones de la calle rebosantes de alegría, a contar los tramos que van desde el Crucificado y admirar las insignias y a prestar atención a la radio para ver cómo va la cosa por la Campana. En estos menesteres, antes que nos demos cuenta, el palio de terciopelo burdeos, estará revirando a los sones de Encarnación de la Calzada dando alegría a la triste Virgen de San Benito.
Su cara es una conjunción de belleza, todas las bellezas posibles están en su rostro plasmadas. Sus ojos parecen cerrados, cansados de tanto dolor. La cieguecita de la Calzá, la Palomita de Triana, la Virgen de la Encarnación, sube la cuesta del bacalao entre aplausos y marchas, y petaladas, y risas y llantos de quienes la acompañan, iniciando el camino de vuelta a casa.
Cuando pase ante nosotros la veremos alejarse, solo intuiremos su presencia bajo la corona y tras el manto, bajo el palio y entre los varales, en el paso y sobre sus costaleros. A los sones de su Banda, revirando para buscar la Alfalfa. Nosotros entonces nos daremos media vuelta e intentaremos buscar una salida.
Una salida que nos lleve hacia el edificio del Rectorado de la Universidad de Sevilla. Por lo que por Hernando Colón llegaremos a Alemanes y cruzaremos por García de Vinuesa para avanzar por la calle Arfe, Dos de Mayo y Temprado hasta Santander y llegar así a la calle San Fernando. Saliendo de San Gregorio irá caminando la cofradía de la Candelaria, con sus túnicas blancas de cola y el cinturón de esparto, con sus cirios al cuadril y su ritmo tranquilo camino de su iglesia.
Por el edificio que ostenta el consejo general de hermandades y cofradías aparecerá el nazareno de Ocampo, tallado entero, hasta la túnica. Su estado de conservación obliga a que las levantás sean a pulso, pero no importa, nada influye. El paso está medido para Él, está hecho a su medida, como el Cristo, sin desmesura. No hace ruido pero destaca. Bajo la túnica morada, estofada en oro, se intuye una tímida zancada, duele el peso del madero sobre el hombro del redentor, que sobre los pies avanza a los sones de triana bajo las famosas catenarias. Los codales de sus guardabrisas van ya gastados pero dando luz intensa a la cercanía de los mismos, entre los naranjos de tronco grueso se adentra el nazareno camino de los Jardines de Murillo.
Por San Gregorio nos adentraremos a buscar el palio, bastante hemos aguantado a pie quieto en la cuesta del Bacalao. Y aproximadamente, en la plaza de la Contratación nos demos con él de bruces.
Andando poco a poco, de regreso a su barrio, las bambalinas azules con la gran crestería son un marco perfecto para el retrato de esta sevillanisima Virgen de Santa María la Blanca. El recorrido toma ahora tintes inolvidables. Una plaza sevillana, cuajada de gente y de naranjos, oscura. La sola luz de la candelería iluminan a la Virgen Candelaria. Los bordados interiores son los que mejor apreciamos. El silencio se hace al tocar del llamador, la levantá suena metálica, a basamentos recolocándose en sus huecos tras el breve vuelo. Avanza a los sones de la Cruz Roja, otra institución detrás de los pasos. Desde la plaza desgustamos el transitar de la Virgen por San Gregorio, el perderse entre sus fachadas para salir al a Puerta Jerez. Y desde allí, alejándonos de los sones de la banda buscamos el centro. Callejeamos disfrutando de la noche sevillana y nos metemos por la plaza del Triunfo, Placentines y Francos, bajamos una ya vacía cuesta del Rosario y una plaza del Salvador tranquila, para escalar calle Cuna arriba y Orfila hasta llegar a la Plaza del Duque.
Por allí debe andar la hermandad del Dulce Nombre. El broche de oro para el martes santo llegará con un misterio de tribunal andando de frente. Malco bofetero avanzará con la mano en alto ante el Señor. El discurrir es sin pausa pero sin prisa, la noche no amenaza lluvia por lo que el regreso puede ser triunfal. Así podremos disfrutar del misterio en todo su explendor. Gana metros con soltura, el Cristo va a la antigua, de espaldas al pueblo, de frente a Anás; Erguido, casi hierático retenido por un soldado romano. Vestido con su túnica blanca el redoble y las trietas de Cigarreras resuenan en la noche.
El reguero de luz de los cirios, los cuatro ciriales y el misterio se adentran en Jesús del Gran Poder, buscando salir a una plaza de San Lorenzo repleta de gente, completamente a oscuras y que será testigo del cierre de la jornada como se merece. Como acompañamos al misterio en su delantera seremos testigos de excepción de la recogida del paso. Levantará antes de entrar de lleno en la plaza y varias marchas pondrán sonido a las imágenes interminables de la entrada del Cristo de la Bofetá entre copas de árboles y frente al monumento al maestro Juan de Mesa. Casi sin darnos cuenta el paso estará cruzando el dintel de la puerta y el humno será el encargado de anunciarnos que la primera parte de la cofradía ya está dentro, de nuevo con su crucificado en San Lorenzo. Será entonces momento de buscar a la Virgen del Dulce Nombre.
La candelería viene cansada, como la hermandad de regreso. San Juan consuela a la Virgen de tez morena que avanza bajo el palio de terciopelo y malla, mecida por sus costaleros y buscando la senda que va dejando la cera de sus nazarenos por la calle Jesús del Gran POder. Son momentos irrepetibles, el silencio es sólo roto por la banda y el crugir de las trabajaderas. El haz de luz avanza irremisiblemente hacia su final y desemboca en la calle Conde de Barajas en la que nos deleitará con una revirá eterna, la penúltima de la noche. La madrugá ya arropa al palio a la par que las marchas y nosotros estaremos en una nube de ensoñamiento, empujados por la marabunta de gente que precede al paso, que no deja andar a los ciriales y que no deja moverse a los incensarios.
Una vez que el paso de palio esté dentro de San Lorenzo, el martes santo habrá expirado, y estaremos llegado al ecuador de la fiesta. Quedarán prácticamente los mismos días que hemos dejado atrás. Por lo que no nos quedará otra que seguir disfrutando.
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