En efecto. El último día, en el que todo acaba. Pero hay que acabar con la mejor sonrisa y no menos cansados que el resto de jornadas, y por tanto sobre las tres de la tarde seremos un elemento más de la plaza de San Marcos. Nos adentraremos en la calle estrecha Siete Dolores de Nuestra Señora y disfrutaremos alli de la salida de la hermandad de los Servitas.
Con puntualidad británica sale la cruz de guía, con la particularidad de ser una cruz precedida de un trío de capilla musical. Dos libreas escoltan al inicio del cortejo que sin pausa pero sin prisa se va adentrando en San Marcos y Bustos Tavera.
No hay muchos nazarenos, la hermandad sale deprisa y los ciriales de caoba y plata ya están en la calle. De la capilla sale un intenso y agradable olor a incienso y la banda de Nuestra Señora del Águila empieza a interpretar La mort D'Ase. Poco a poco empieza a asomar el canasto de madera oscura con sus evangelistas un poco más claros y los faroles de plata. A la par que sale debe ir girando para no dar en el edificio de en frente. No arría, una vez que gira sale andando de largo, ganando metros y tiempo para que salga el paso de palio. La cruz con los sudarios y el manto negro de la Piedad nos dan la espalda antes de que podamos siquiera recrearnos en la expresión madura con la que Montes de Oca dotó a la Virgen y de la mano caída del Señor de la Providencia. En la amplitud de la plaza, como disfrutando de los rayos de sol que la bañan, se detiene el misterio para que la cruz sea ascendida y tome una posición más digna.
La levantá inicia una nueva levantá cuyo fin será una incógnita para nosotros, ya que se nos va a perder entre las fachadas antiguas de su barrio de San Marcos. Tras Ellos siguen saliendo nazarenos de túnica negra con escapulario también negro y cinturón de cuero, los cirios al cuadril forman una pirámide en el centro de la calle.
La escena del misterio se repite con el palio. Los ciriales toman la calle y el incienso el aire, la banda de Coria del Río interpreta Soleá Dame la mano al tiempo que el palio de cajón exquisito de la Virgen de la Soledad va saliendo, con la dificultad añadida de que ha de hacerlo a media altura a la par que va girando. Un matahombres.
Con gran maña salva el escollo y enfila la calle, por los muros de piedra de su capilla que se confunden con los de la iglesia avanza el palio, al son de la marcha, camino de una plaza atestada de gente, ansiosa de ver su cara. Su cara que mezcla la fuerza expresiva de Castillo Lastrucci con el toque dulce de Dubé de Luque. Sus lágrimas oscuras se marcan a fuego en sus sonrosadas mejillas. Nosotros disfrutamos ahora del precioso manto bordado en oro sobre terciopelo negro.
Una vez que la cofradía se encamina al centro, rodeamos por San Roman y la calle Sol para salir a Juan de Mesa y remontar hasta la calle Imágen. A la altura de San Pedro seguramente nos toparemos con el misterio del Sagrado Decreto de la Santísima Trinidad. Uno de los dos pasos alegóricos que procesionan esta tarde por Sevilla. Presiden el Paso Dios Padre, con una profusa barba canosa, Dios hijo, con el aspecto más sevillano de Cristo, con las yagas secas de sangre y una cruz fina de madera sobre su hombro izquierdo; y el Espíritu Santo, a modo de blanca paloma entre ambos. Los padres de la iglesia le rinden pleitesía a la Santísima Trinidad y completan la escena San Miguel matando al Demonio y la alegoría de la Fe. Se asientan sobre un perfecto canasto dorado con apliques de plata. Los respiraderos no son menos originales, combinando la talla con el bordado. El paso es un primor. Los sones cigarreros ponen sonido a un misterio que anda a base de costeros e izquierdos.
Tras varios tramos de túnicas trinitarias aparece el misterio del Descendimiento. El Santísimo Cristo de las Cinco Llagas, obra reciente de Luis Alvarez Duarte, avanza sobre un canasto al estilo de las Siete Palabras o San Bernardo, de líneas rectas y no muy alto. Su torso y brazos se enredan en el sudario previo a su descendimiento por Nicodemo y José de Arimatea. Avanza con marchas de la banda de las Tres Caídas de Triana, esas gorras blancas que suenan como los ángeles le ponen su música en el cierre de la semana mayor.
Aproximadamente por la plaza de Ponce de León viene aproximándose el paso de palio de la Virgen de la Esperanza Trinitaria. El bordado en oro se aplica sobre terciopelo verde, como no podría ser de otra forma, el fleco de bellota es de un largo especial y sus varales y respiraderos combinan el oro con la plata de manera perfecta. La candelería pesa nada más verla, pero lo que más pesa es Ella. Su belleza pesa en nuestros corazones, su cara se puede quedar grabada a fuego en nuestra retina, será dificil olvidar una cara tan bonita hartita de llorar.
Como más adelante la volveremos a ver, nos marchamos rápido hacia la calle Alfonso XII. Nos tendremos que colocar junto al bar Duque, al igual que hicieramos en la Madrugá. Desde allí veremos pasar a la hermandad del Santo Entierro. La procesión civico-religiosa. Primero vendra el otro paso alegórico de la tarde. El triunfo de la vida sobre la muerte. Mors mortem superavit, así reza en los sudarios que penden de una cruz altiva que se alza sobre el esqueleto pensante de la Canina, esos huesos guadañeros que se aposentan sobre una bola del mundo y le dan vueltas sin saber cómo ha sido vencida la invencible parca de la muerte.
Sobre un canasto neogótico, iluminado por cirios finos de color negro, avanza rápido el paso de la Canina en dirección a la plaza de la Campana. No busquemos el llamador, pues hasta en esto es especial, amen de la carencia de respiraderos, el llamador está en la zambrana del paso, detrás del faldón.
Tras el paso de la Canina viene la representación de todas las hermandades de sevilla, el cortejo toma por tanto un policromatismo que viste toda la plaza del Duque y la Campana. El sol baña la trasera del paso, un paso neogótico impresionante, dorado, con elementos arquitectónicos casi en sus remates de cresterías y de la urna. En ella yace el Cristo, atribuìdo a Juan de Mesa, y con fundamento, pues su cabeza y expresión es muy similar a la del Cristo descendido de la Cruz que reposa en los brazos de la obra póstuma del Cordobés, la Virgen de las Angustias de Córdoba. Avanza a grandes zancadas y se pierde entre el mar de sillas y vayas forradas de rojo hacia una Campana repleta de gente y sol deseosa de despedir su semana santa a lo grande.
Detrás se extienden las filas de nazarenos de la corporación. Túnicas, antifaz y capa negra preceden al paso del misterio del duelo. Otro paso neogótico aunque menos espectacular que el anterior. El canasto es sencillo dorado, sobre él, la Virgen de Villaviciosa es consolada por un cortejo de discípulos, apóstoles, santas mujeres y santos varones. Anda de largo a los sones militares, y así pasa ante nosotros sin detenerse un momento, caminando metro a metro hacia la Campana.
Para ver a la Virgen de la Soledad no tenemos más que desplazarnos unos metros, a la embocadura de la calle Jesús del Gran Poder en su confluencia con la calle San Miguel. Allí discurre ya la hermandad soleana, sus túnicas blancas y negras van avanzando en eternas filas que copan los laterales de la calle.
Al final de la calle vemos avanzar la altísima cruz vacía, sus sudarios blancos se mecen en cada zancada larga sobre la cabeza de la Virgen de la Soledad, imágen antiquísima de expresión hierática y serena. El canasto es una maravilla, intercala el dorado con la policromia de las azucenas blancas que ocupan el centro de la canastilla. El paso en si es primoroso, dulce sede para una Virgen especialísima para la Sevilla Cofrade. La familia Ariza manda a la cuadrilla, que poco a poco gira hacia la calle San MIguel y se nos pierde antes de darnos cuenta.
Mientras la hermandad de los Servitas va regresando, aprovechamos para ver el discurrir de la Trinidad por las inmeciadiones del Salvador y la Cuesta del Rosario. El primer paso, el del Decreto, ya con las luces naturales extintas avanza entre el ocre de la noche adentrándose en una repleta cuesta del Rosario que le recibe con los brazos abiertos, ansiosa de despedir la semana grande con un barco haciendo cambios sobre ella. Asi se nos pierde la trasera, con un costero marcado sobre el terreno y tres pasos que arrancan los aplausos de la gente.
Aunque se hace de rogar, por Alvarez Quintero aparece el segundo paso. Sobre los pies revira con una marcha cualquiera de Triana y sin arriar se adentra en la cuesta detrás del Decreto. Difícil le va a resultar arrancar unas palmas después del espectáculo del primer paso, pero la gente es agradecida y conforme va apercibiendose del esfuerzo no duda en premiar a los costaleros.
Lo mismo pasará con el palio. Cualquier marcha clásica, ya sea Estrella Sublime, Macarena o Virgen de las Aguas puede servir para poner boca abajo la plaza. La cara de la Virgen y la riqueza artística del palio se bastan y se sobran para no tener que prestar especial atención al andar del paso.
Nos daremos entonces media vuelta, una vez que el manto se vaya haciendo más y más pequeño conforme se acerca a la Alfalfa, y tomaremos Puente y Pellón y la Encarnación, Alcázares y, por San Juan de la Palma y Feria, Castellar para llegar a la Plaza de San Marcos. Rodearemos entonces hasta llegar a Santa Isabel. Una coqueta plaza pequeña, completamente a oscuras, en la que los naranjos no son más que sombras olorosas, en la que la fuente no es sino el sonido del fluir de su agua y en la que el convento es hoy casa servita. La hermandad no está en la calle más tiempo del debido por lo que la cruz de guía entró a su hora y el misterio se acerca bajo la torre de San Marcos al saloncito de las monjas.
El recogimiento es impresionante, no se oye un alma, solo se escucha una tos esporádica, un racheo constante, el meneo metálico de los incensarios, los golpes de pertiga y las órdenes del capataz, siempre pendiente de su gente de abajo, siempre atento a los posibles obstáculos. Con precisión meridiana se arría el misterio ante la puerta de las monjas que le rezan una oración cantada y ponen el vello de punta a quien allí se concentra. La levantá al tirón inicia una chicotá a los sones de Mater Mea que va a hacer al paso rodear la fuente y dar con él en la embocadura de la calle Siete Dolores de Nuestra Señora. Allí permanecerá arriado, solo brillarán los cirios de sus cuatro faroles, la luna tomará protagonismo dando luz a la calle y una saeta dará su manto de notas musicales al cuerpo inerte de Cristo. Al levantarse inicia la complicada maniobra de entrada, ahora atenuada por la poca visibilidad, pero se solventa sin mayor problema, el misterio hace su entrada dejando boquiabierto a quien lo presencia.
El tiempo que tardamos en volver al punto inicial de la calle Vergara es el que tarda en aparecer el palio. Toda la candelería encendida, aunque consumida, proporciona la luz suficiente para disfrutar del hermoso rostro de la Virgen de la Soledad. Siguiendo el camino del misterio esquiva alguna que otra rama fuera de tono y queda arriado ante las monjitas. La oración cantada llega a lo más hondo del alma, el paso se levanta con fuerza y se inicia lo mismo que con el primer paso, el principio del fin. Los faroles se nos van perdiendo por la esquina de la capilla, la luz se refleja en los muros y el paso acaba por desaparecer de nuestra vista a los sones de Soleá dame la mano. El sábado santo está expirando y con él la semana santa. Sin perder tiempo nos vamos para San Lorenzo.
Tomamos Castellar, Feria y Conde de Torrejón, atravesamos Trajano y enfilamos Cardenal Spínola. La plaza estará intransitable pero en cualquier sitio podremos colocarnos para escuchar las saetas que se suceden mientras entra el paso. Los nazarenos ya han entrado casi todos y el paso de la Soledad, iluminado por sus guardabrisas y su candelería es un haz de luz en medio de una oscura plaza de San Lorenzo. Una vez que el paso entra, sin hacer más ruido que el racheo de sus costaleros, es tradición acercarse a acariciar la madera cerrada de las puertas de la iglesia para despedir así la semana grande.
Con puntualidad británica sale la cruz de guía, con la particularidad de ser una cruz precedida de un trío de capilla musical. Dos libreas escoltan al inicio del cortejo que sin pausa pero sin prisa se va adentrando en San Marcos y Bustos Tavera.
No hay muchos nazarenos, la hermandad sale deprisa y los ciriales de caoba y plata ya están en la calle. De la capilla sale un intenso y agradable olor a incienso y la banda de Nuestra Señora del Águila empieza a interpretar La mort D'Ase. Poco a poco empieza a asomar el canasto de madera oscura con sus evangelistas un poco más claros y los faroles de plata. A la par que sale debe ir girando para no dar en el edificio de en frente. No arría, una vez que gira sale andando de largo, ganando metros y tiempo para que salga el paso de palio. La cruz con los sudarios y el manto negro de la Piedad nos dan la espalda antes de que podamos siquiera recrearnos en la expresión madura con la que Montes de Oca dotó a la Virgen y de la mano caída del Señor de la Providencia. En la amplitud de la plaza, como disfrutando de los rayos de sol que la bañan, se detiene el misterio para que la cruz sea ascendida y tome una posición más digna.
La levantá inicia una nueva levantá cuyo fin será una incógnita para nosotros, ya que se nos va a perder entre las fachadas antiguas de su barrio de San Marcos. Tras Ellos siguen saliendo nazarenos de túnica negra con escapulario también negro y cinturón de cuero, los cirios al cuadril forman una pirámide en el centro de la calle.
La escena del misterio se repite con el palio. Los ciriales toman la calle y el incienso el aire, la banda de Coria del Río interpreta Soleá Dame la mano al tiempo que el palio de cajón exquisito de la Virgen de la Soledad va saliendo, con la dificultad añadida de que ha de hacerlo a media altura a la par que va girando. Un matahombres.
Con gran maña salva el escollo y enfila la calle, por los muros de piedra de su capilla que se confunden con los de la iglesia avanza el palio, al son de la marcha, camino de una plaza atestada de gente, ansiosa de ver su cara. Su cara que mezcla la fuerza expresiva de Castillo Lastrucci con el toque dulce de Dubé de Luque. Sus lágrimas oscuras se marcan a fuego en sus sonrosadas mejillas. Nosotros disfrutamos ahora del precioso manto bordado en oro sobre terciopelo negro.
Una vez que la cofradía se encamina al centro, rodeamos por San Roman y la calle Sol para salir a Juan de Mesa y remontar hasta la calle Imágen. A la altura de San Pedro seguramente nos toparemos con el misterio del Sagrado Decreto de la Santísima Trinidad. Uno de los dos pasos alegóricos que procesionan esta tarde por Sevilla. Presiden el Paso Dios Padre, con una profusa barba canosa, Dios hijo, con el aspecto más sevillano de Cristo, con las yagas secas de sangre y una cruz fina de madera sobre su hombro izquierdo; y el Espíritu Santo, a modo de blanca paloma entre ambos. Los padres de la iglesia le rinden pleitesía a la Santísima Trinidad y completan la escena San Miguel matando al Demonio y la alegoría de la Fe. Se asientan sobre un perfecto canasto dorado con apliques de plata. Los respiraderos no son menos originales, combinando la talla con el bordado. El paso es un primor. Los sones cigarreros ponen sonido a un misterio que anda a base de costeros e izquierdos.
Tras varios tramos de túnicas trinitarias aparece el misterio del Descendimiento. El Santísimo Cristo de las Cinco Llagas, obra reciente de Luis Alvarez Duarte, avanza sobre un canasto al estilo de las Siete Palabras o San Bernardo, de líneas rectas y no muy alto. Su torso y brazos se enredan en el sudario previo a su descendimiento por Nicodemo y José de Arimatea. Avanza con marchas de la banda de las Tres Caídas de Triana, esas gorras blancas que suenan como los ángeles le ponen su música en el cierre de la semana mayor.
Aproximadamente por la plaza de Ponce de León viene aproximándose el paso de palio de la Virgen de la Esperanza Trinitaria. El bordado en oro se aplica sobre terciopelo verde, como no podría ser de otra forma, el fleco de bellota es de un largo especial y sus varales y respiraderos combinan el oro con la plata de manera perfecta. La candelería pesa nada más verla, pero lo que más pesa es Ella. Su belleza pesa en nuestros corazones, su cara se puede quedar grabada a fuego en nuestra retina, será dificil olvidar una cara tan bonita hartita de llorar.
Como más adelante la volveremos a ver, nos marchamos rápido hacia la calle Alfonso XII. Nos tendremos que colocar junto al bar Duque, al igual que hicieramos en la Madrugá. Desde allí veremos pasar a la hermandad del Santo Entierro. La procesión civico-religiosa. Primero vendra el otro paso alegórico de la tarde. El triunfo de la vida sobre la muerte. Mors mortem superavit, así reza en los sudarios que penden de una cruz altiva que se alza sobre el esqueleto pensante de la Canina, esos huesos guadañeros que se aposentan sobre una bola del mundo y le dan vueltas sin saber cómo ha sido vencida la invencible parca de la muerte.
Sobre un canasto neogótico, iluminado por cirios finos de color negro, avanza rápido el paso de la Canina en dirección a la plaza de la Campana. No busquemos el llamador, pues hasta en esto es especial, amen de la carencia de respiraderos, el llamador está en la zambrana del paso, detrás del faldón.
Tras el paso de la Canina viene la representación de todas las hermandades de sevilla, el cortejo toma por tanto un policromatismo que viste toda la plaza del Duque y la Campana. El sol baña la trasera del paso, un paso neogótico impresionante, dorado, con elementos arquitectónicos casi en sus remates de cresterías y de la urna. En ella yace el Cristo, atribuìdo a Juan de Mesa, y con fundamento, pues su cabeza y expresión es muy similar a la del Cristo descendido de la Cruz que reposa en los brazos de la obra póstuma del Cordobés, la Virgen de las Angustias de Córdoba. Avanza a grandes zancadas y se pierde entre el mar de sillas y vayas forradas de rojo hacia una Campana repleta de gente y sol deseosa de despedir su semana santa a lo grande.
Detrás se extienden las filas de nazarenos de la corporación. Túnicas, antifaz y capa negra preceden al paso del misterio del duelo. Otro paso neogótico aunque menos espectacular que el anterior. El canasto es sencillo dorado, sobre él, la Virgen de Villaviciosa es consolada por un cortejo de discípulos, apóstoles, santas mujeres y santos varones. Anda de largo a los sones militares, y así pasa ante nosotros sin detenerse un momento, caminando metro a metro hacia la Campana.
Para ver a la Virgen de la Soledad no tenemos más que desplazarnos unos metros, a la embocadura de la calle Jesús del Gran Poder en su confluencia con la calle San Miguel. Allí discurre ya la hermandad soleana, sus túnicas blancas y negras van avanzando en eternas filas que copan los laterales de la calle.
Al final de la calle vemos avanzar la altísima cruz vacía, sus sudarios blancos se mecen en cada zancada larga sobre la cabeza de la Virgen de la Soledad, imágen antiquísima de expresión hierática y serena. El canasto es una maravilla, intercala el dorado con la policromia de las azucenas blancas que ocupan el centro de la canastilla. El paso en si es primoroso, dulce sede para una Virgen especialísima para la Sevilla Cofrade. La familia Ariza manda a la cuadrilla, que poco a poco gira hacia la calle San MIguel y se nos pierde antes de darnos cuenta.
Mientras la hermandad de los Servitas va regresando, aprovechamos para ver el discurrir de la Trinidad por las inmeciadiones del Salvador y la Cuesta del Rosario. El primer paso, el del Decreto, ya con las luces naturales extintas avanza entre el ocre de la noche adentrándose en una repleta cuesta del Rosario que le recibe con los brazos abiertos, ansiosa de despedir la semana grande con un barco haciendo cambios sobre ella. Asi se nos pierde la trasera, con un costero marcado sobre el terreno y tres pasos que arrancan los aplausos de la gente.
Aunque se hace de rogar, por Alvarez Quintero aparece el segundo paso. Sobre los pies revira con una marcha cualquiera de Triana y sin arriar se adentra en la cuesta detrás del Decreto. Difícil le va a resultar arrancar unas palmas después del espectáculo del primer paso, pero la gente es agradecida y conforme va apercibiendose del esfuerzo no duda en premiar a los costaleros.
Lo mismo pasará con el palio. Cualquier marcha clásica, ya sea Estrella Sublime, Macarena o Virgen de las Aguas puede servir para poner boca abajo la plaza. La cara de la Virgen y la riqueza artística del palio se bastan y se sobran para no tener que prestar especial atención al andar del paso.
Nos daremos entonces media vuelta, una vez que el manto se vaya haciendo más y más pequeño conforme se acerca a la Alfalfa, y tomaremos Puente y Pellón y la Encarnación, Alcázares y, por San Juan de la Palma y Feria, Castellar para llegar a la Plaza de San Marcos. Rodearemos entonces hasta llegar a Santa Isabel. Una coqueta plaza pequeña, completamente a oscuras, en la que los naranjos no son más que sombras olorosas, en la que la fuente no es sino el sonido del fluir de su agua y en la que el convento es hoy casa servita. La hermandad no está en la calle más tiempo del debido por lo que la cruz de guía entró a su hora y el misterio se acerca bajo la torre de San Marcos al saloncito de las monjas.
El recogimiento es impresionante, no se oye un alma, solo se escucha una tos esporádica, un racheo constante, el meneo metálico de los incensarios, los golpes de pertiga y las órdenes del capataz, siempre pendiente de su gente de abajo, siempre atento a los posibles obstáculos. Con precisión meridiana se arría el misterio ante la puerta de las monjas que le rezan una oración cantada y ponen el vello de punta a quien allí se concentra. La levantá al tirón inicia una chicotá a los sones de Mater Mea que va a hacer al paso rodear la fuente y dar con él en la embocadura de la calle Siete Dolores de Nuestra Señora. Allí permanecerá arriado, solo brillarán los cirios de sus cuatro faroles, la luna tomará protagonismo dando luz a la calle y una saeta dará su manto de notas musicales al cuerpo inerte de Cristo. Al levantarse inicia la complicada maniobra de entrada, ahora atenuada por la poca visibilidad, pero se solventa sin mayor problema, el misterio hace su entrada dejando boquiabierto a quien lo presencia.
El tiempo que tardamos en volver al punto inicial de la calle Vergara es el que tarda en aparecer el palio. Toda la candelería encendida, aunque consumida, proporciona la luz suficiente para disfrutar del hermoso rostro de la Virgen de la Soledad. Siguiendo el camino del misterio esquiva alguna que otra rama fuera de tono y queda arriado ante las monjitas. La oración cantada llega a lo más hondo del alma, el paso se levanta con fuerza y se inicia lo mismo que con el primer paso, el principio del fin. Los faroles se nos van perdiendo por la esquina de la capilla, la luz se refleja en los muros y el paso acaba por desaparecer de nuestra vista a los sones de Soleá dame la mano. El sábado santo está expirando y con él la semana santa. Sin perder tiempo nos vamos para San Lorenzo.
Tomamos Castellar, Feria y Conde de Torrejón, atravesamos Trajano y enfilamos Cardenal Spínola. La plaza estará intransitable pero en cualquier sitio podremos colocarnos para escuchar las saetas que se suceden mientras entra el paso. Los nazarenos ya han entrado casi todos y el paso de la Soledad, iluminado por sus guardabrisas y su candelería es un haz de luz en medio de una oscura plaza de San Lorenzo. Una vez que el paso entra, sin hacer más ruido que el racheo de sus costaleros, es tradición acercarse a acariciar la madera cerrada de las puertas de la iglesia para despedir así la semana grande.
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