viernes, 10 de abril de 2009

HOY ES VIERNES SANTO

Y llegó el Viernes santo. La mañana que parió la madrugada nos dejó absortos en el barrio de Triana. Nos fuimos a descansar y azicalarnos un rato y aquí estamos de nuevo, quemando las últimas naves. La jornada nos deparará momentos inolvidables con hermandades de un marcado sello de viernes santo.

Empezaremos en el Arenal, en el barrio torero que se extiende a la sombra de los muros de la Real Maestranza. Es momento, lugar y hora para degustar unas torrijitas en la confitería los Ángeles, que habita en la esquina de la calle Adriano con Arfe. Allí esperaremos el discurrir de la hermandad de la Carreteria. Degustando la torrija degustaremos la cofradía, siempre en el buen sentido. De ese cortejo milimétricamente estudiado y esas clasicísimas túnicas de terciopelo azul marino con la cruz de santiago boradada en rojo, como a fuego, en el pecho de sus antifaces.

No es una hermandad con un número extenso de nazarenos, ni es una cofradía que tarde mucho en pasar. Hemos de comprender sin embargo que la salida, sobre todo del misterio, no es la más facil de Sevilla, y las calles aledañas hasta salir para Adriano, hacen que el discurrir por esa zona sea mas bien lento. Sin embargo no tarda mucho en aparecer el paso de misterio, precedido de una generosa nube de incienso. Rompiendo sus vaharadas irrumpe en la calle Adriano, el canasto es de caoba, con motivos florales, tales como la hojarasca, es más, el canasto es un ramillete de ojarasca recogido en una enorme soga de oro remachada con la cruz del Apostol Santiago. Las dimensiones pueden impresionar, es enorme, pero más impresiona su exorno floral, de lirios morados y cardos intercalados, y sus candelabros, de hierro forjado. Y su misterio, cómo no, su misterio, el de las Tres Necesidades de María: Las escaleras, la mortaja y el sepulcro para su hijo. El Cristo de la salud hunde su barbilla en el pecho, muerto colgado del madero al que se acercan Nicodemo y José de Arimatea provistos de las pertinentes escalas para bajar al Nazareno. A ambos lados Dimas y Gestas presencian la escena, y a sus pies, la Virgen, San Juan, María Magdalena y las Santas Mujeres.

El misterio se nota pesar en cada chicotá, ya no solo por el peso real sino por lo que realmente supone meterse en ese paso un viernes santo, despues de más de una cofradía. Los sones cigarreros ponen música de viento y percusión a una revirá eterna, pues es casi de doscientos setenta grados para tomar la calle Arfe y encaminarse, por Castelar hacia la plaza Nueva. Es impresionante, imponente. Cuando se va de largo, nos quedamos asombrados esperando el paso de palio. El Arenal se despide de su semana santa a lo grande.



El paso de la Virgen del Mayor Dolor aparece al poco tiempo procedente de la antigua calle Antonia Díaz, hoy REal de la Carretería. Anda sobre los pies con el paso largo y reposado, racheando. Las bambalinas de corte decimonónico recientemente estrenadas van jugando con los varales y dan movimiento al techo en el que la Virgen tiene sus ojos clavados. La vuelta es menos lucida que el misterio, el paso de Virgen cabe de sobra y la tan famosa sevillana liturgia de la dificultad pierde aquí toda su gracia, mas nos quedamos con el contoneo flamenco que lleva la mesa en su despedida buscando el centro.

Y como estamos cerca, vamos a cruzar el río. Se vive la tarde de viernes santo en Triana. Todavía resuenan marchas como Silencio Blanco o Esperanza de Triana Coronada entre sus casas cuando la cruz de guía de la hermandad de la O va tomando poco a poco la plaza del Altozano y la calle San Jorge. El sol es intenso y brilla en lo más alto, pero es distinto al del domingo, su luz es triste, casi velada por ese halo de tristeza en el que lo envuelve la muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

El primer paso aparece andando de frente desde la calle Castilla. La familia Ariza va mandando sus designios en esta tarde de viernes y la banda del Sol es la que pone música a la zancada larga de sus costaleros. El jorobaito de triana. El Señor Nazareno de la O. La talla de Pedro Roldan que sin potencias ni corona va dejando a la gente con la boca abierta. Y es que su mirada tierna, como de niño inocente, cargando con el madero deja el corazón tocado en cuanto pasa por delante nuestra. El canasto es primoroso, los misterios de triana se representan en sus cartelas: Triana en el frontal y el Cachorro en la trasera, San Gonzalo a un costero y la Estrella al otro. Los faroles que lo iluminan son característicos, su silueta se va a recortar en a penas media hora en el atardecer del puente.

Las plumas de Sevilla, la banda del Sol, cierra así triunfalmente su semana santa. Ya no veremos más a esta banda hasta el año que viene. El Nazareno pasa ante nosotros de largo, ganando metros y encaminándose con su cruz de carey hacia la plaza trianera del Altozano.



Tras largas filas de nazarenos que pasan con celeridad buscando el centro, sellando su pasaporte en la aduana de la capillita del Carmen, viene el palio de la Virgen de la O. Ese gran palio de terciopelo burdeos con la gran O en su frontal. El viernes santo es un día grande en el barrio. Callejuela de la O suena mientras el palio va avanzando por San Jorge, dejando a su espalda el arco de medio punto encalado con vistas al río, el pasaje de Nuestra Señora de la O.

Se mece suave y con mimo, roneando por su barrio. En su centro la Virgen, la dolorosa que Castillo Lastrucci hiciera para la hermandad de la Calle Castilla. Sobre sus sienes la corona de oro que se le impusiera un par de años atrás cuando fue coronada en la misma plaza del Altozano. Las nubes se van tintando de rosa, las escasas nubes que adornan el cielo, la luna empieza a traslucirse en lo más alto, Triana es una sola cofradía, de cuatro pasos que parte en dos el centro. Se nos marcha el paso de palio, buscando el camino que le marcan sus nazarenos y despidiéndose de nosotros que nos vamos a buscar la calle Bustos Tavera.

El barrio está intransitable, por ello atravesaremos la calle Betis, disfrutando del atardecer sobre la Real Maestranza y las cumbres de la Catedral. Por el Puente de San Telmo, con la Torre del Oro como vigía eterna, cruzamos el Río y empezamos la marcha. Por San Gregorio y Miguel de Mañara habremos llegado a la catedral. Buscaremos entonces Placentines y Francos hasta el Salvador, de ahí tomaremos Puente y Pellón y la Encarnación para llegar a Alcázares, estamos ya cerca de nuestro destino, por Dueñas llegamos al tramo final de Doña María Coronel, por donde ya habrá nazarenos de túnica morada con antifaz y capa morada.

Al otro lado de la parilla que separa la calle del Compás del convento de la Paz, estaremos escuchando la salida. Si cerramos los ojos podremos imaginar el impresionante misterio arropado por la fachada de la iglesia y el imponente ciprés cuya copa asoma. Los golpes de martillo resuenan en todo el enclave, el olor a azahar intenso se mezcla con las nubes de incienso que se pierden en el aire ascendiendo hacia el cielo.

La cruz parroquial que precede al severo cortejo de ciriales hace su entrada en la calle Doña María Coronel sumida en el más profundo silencio. Los dieciocho acólitos ceriferarios avanzan parsimoniosamente, acompasados casi, con los ciriales a ras de suelo. Al resonar del martillo se alzan al unísono obedientes al golpe del pertiguero. Poco a poco en la fachada de la esquina de Bustos Tavera vemos reflejarse los puntos de luz de los guardabrisas del misterio. Poco a poco da la vuelta, revira con la izquierda alante y la derecha atrás. La cruz ya se ha colocado en su posición natural, sus sudarios vuelan al viento del viernes santo, a sus pies la Virgen de la PIedad, tocada por una diadema de oro, sostiene en su último abrazo al Hijo de Dios, descoyuntado casi, con la cabeza torcida y el cuerpo vacío de vida pero lleno de Amor.

De largo pasa ante nosotros, andando de frente, con una zancada larga y reposada, avanzando entre los adoquines y bolardos de la calle cuyo pavimento brilla en la noche con la cera nazarena. Parece de plata el suelo, de plata el suelo de oro las paredes con el color ocre del que se tiñe la ciudad cuando el sol dice hasta mañana y las farolas fernandinas toman el relevo de la luz.





Una vez que pasa el paso se disuelve la bulla. Nosotros tomaremos por la calle Bustos Tavera para llegar a la calle Imágen. Nos toca otra caminata. Hay que llegar a la frontera del Arenal y lo haremos vía Alfalfa. Sabedores de la aglomeración de gente que hay allí iremos pertrechados para superar el escollo. Por el lateral bordeamos la plaza y por Alcaicería llegamos la plaza de Jesús de la Pasión. Tomamos ahora Francos y Argote de Molina para llegar a Alemanes. Rodeando la Catedral encontraremos quizá a la cofradía desde atrás, pero no la veremos con las vayas de la plaza Virgen de los Reyes. Habremos llegado finalmente a la calle Almirantazgo tras atravesar el Triunfo. Allí nos apostaremos para disfrutar de la hermandad del Cachorro.

Sin pausa pero sin prisa se van adentrando los nazarenos de trianeros bajo el arco del Postigo. La cofradía pasa lenta, como disfrutando de la hermosa noche que se ha quedado. El viernes santo está en todo su apogeo. Por el lateral de los muros catedralicios vemos aparecer a lo lejos al Santísimo Cristo de la Expiración, a Dios crucificado, expirante sobre el madero. Cuando se nos hacerca podemos apreciar el hermoso calvario que casi toca los pies del nazareno, salpicado de clavel rojo sangre y lirios morados. Son característicos sus candelabros de guardabrisas en cuyo centro destaca el farol de orfebrería. El canasto es toda una apoteosis de oro y plata, así como los respiraderos. Pero la verdadera apoteósis es el mismo Señor. El Cachorro de Triana, el vecino más antiguo de la calle Castilla. Mirando al Cielo, buscando el último aliento va caminando poco a poco, con un paso aliviado, racheado y largo, el tambor de la Presentación al Pueblo de Dos Hermanas pone la música a esta imágen que por si sola atrae la espectación de la gente.



El Cristo pasa paseándose ante nosotros, con una perfecta mecida adentrándose en la marabunta de personas que lo aguardan en las inmediaciones del Postigo. Su silueta se recorta sobre el arco color albero, puerta natural del sevillanísimo barrio del Arenal.

Las marchas que resuenan para que el Señor Cruce el arco nos van amenizando estos primeros tramos de la Señorita de Triana. Los chiquillos apuran estas últimas jornadas para recibir caramelos y estampitas de los nazarenos. Las filas blancas y negras se suceden, se hacen casi pesadas. Pero antes de aburrirnos aparecen los ciriales bajo el amparo de la Catedral. Una catedral ocre bajo el manto de la noche en el que se confunde el palio de oro y plata de la Virgen del Patrocinio. Sus flores rosas son tan características como el corte de sus bambalinas, como la silueta de sus varales, como los basamentos de sus candelabros de cola, tan características como la rosa que preside el paso, la Señorita de Triana, la Reina de su capilla. La Virgen del Patrocinio, de mirada dulce, de boca cerrada, sin lágrimas ni llanto. La expresión se resigna al sufrimiento del hijo.

Poco a poco, con mecidas suaves se va acercando a nosotros. La candelería reluce completamente encendida. El trecho que le queda a la cofradía es largo, pero sus costaleros haran que sea corto. Cuando la tenemos cerca somos testígos del rostro hermosísimo de la Virgen que se mueve bajo palio.

Vemos perderse el manto entre la gente, adentrarse entre el gentío, acompasado con el bombo de la banda buscando el Postigo. La noche de Viernes santo es ya una realidad y prácticamente se nos va marchando.

Sin embargo aún nos quedan momentos cofrades por vivir. Hay que dar de nuevo un pequeño rodeo. Por la Catedral, hasta plantarnos en la Calle Alemanes, desde la que atravesar la Avenida en dirección a García de Vinuesa. Por la Plaza Nueva llegaremos a Mendez Nuñez, a través de la cual entraremos en Carlos Cañal.

Completamente a oscuras nos recibe, con la sola luz de los faroles que escoltan el mosaico de la Virgen de la Soledad. Algunos tramos de nazarenos ya han concluido su estación de penitencia y descansan ya en el interior del Convento de San Buenaventura esperando la llegada de su Virgen. Desde la calle Zaragoza aparecen los ciriales, sus cuatro puntos de luz se realzan sobre el tono negro monócromo de la calle, detrás de ellos, precedida de una vaharada ingente de incienso aparece la delantera del paso. El paso de caoba y plata en el que se pasea la Virgen de la Soledad a las ordenes de Rechi. Los candelabros de guardabrisa se balancean en la revirá a los sones de la marcha.

Sin lucirse en exceso enfila la calle que le llevará a su final de Estación de Penitencia. La puerta del convento sigue tragando nazarenos, los ciriales están cada vez más cerca de ella, y el paso avanza ya casi imperceptiblemente, como sin querer acabar el viernes santo.



La última chicotá se inicia con una levantá emotiva. Suena Soledad Franciscana y el paso va girando para tomar la puerta. Una puerta estriada en tonos marrones que contrasta con el oscuro canasto. La cruz se ha bajado pero no le resta belleza al momento, el zanco izquierdo de la trasera se va llamando poco a poco hasta quedar el paso cuadrado completamente con la puerta. Cruza su dintel poco a poco, casi sin mecerse, adentrandose en la densa oscuridad de la iglesia, una vez que la Virgen que mira al cielo se encuentra de nuevo bajo su techo, suena el himno. Un himno que avisa de lo que queda, un tramo final de viernes santo y un breve sábado santo para acabar la semana santa.

Con el regusto de la despedida nos encaminamos a la Costanilla. A la Alfalfa, a la iglesia de San Isidoro. Tomaremos para ello la Magdalena y San Eloy, cogeremos por la Plaza del Duque y la calle Tarifa. Subiremos después Orfila y Laraña hasta la Encarnación para adentrarnos en la plaza de la Alfalfa y tomar sitio cerca del horno de San Buenaventura para ver entrar al Cristo Caido.

Hemos llegado por los pelos, ya los ciriales han enfilado la puerta lateral de la iglesia aunque el bellísimo paso no ha hecho aún acto de presencia. Por detrás de los edificios de la Alfalfa va apareciendo en silencio el impresionante canasto. Un canasto dorado iluminado por altos y vaporosos candelabros de guardabrisas, con su avanzar se va presentando ante nosotros la imágen de Nuestro Padre Jesús de las Tres Caídas. Su mano se apoya en la piedra que surge del monte de clavel rojo mientras un mechón cae por la derecha de su rostro. El cirineo le ayuda con el peso de la cruz, una de las mejores imágenes secundarias de la semana santa, por no decir la mejor.

La levantá entre flashes hace rebotar el martillo, gira poco a poco y enfila envuelto en una saeta sentida la puerta lateral de San Isidoro. Asciende la rampa hasta llegar a la base en alto sobre la que gira. En menos que nos damos cuenta, el cristo de las Tres Caídas se adentra bajo el arco de medio punto.



Tras Él avanza primero el tramo de cruces antes de que se inicie el ruán negro que precede a la casa de oro. La corporación entra con celeridad, los cirios al Cuadril brillan en sus pequeñas llamas en lo alto de la Alfalfa. A lo lejos, en la Cuesta del Rosario resuena el crujir metálico de la levantá del paso de la Virgen de Loreto. La luz que desprende su candelería se proyecta como una linterna en los naranjos de la plaza al tiempo que va ganando su sitio entre la multitud. No apreciamos desde aquí el tono del terciopelo del palio, pero sí los varales y respiraderos de originalísima orfebrería dorada. Revira rápido, como no queriendo estar en la calle más de lo que le corresponde. El rachear se acentúa en la rampa que sube sin titubear. La revirá deja a la Virgen de frente a su puerta en la que se nos va perdiendo varal a varal, jarra a jarra, cirio a cirio, flor a flor. Milímetro a milímetro, como segundo a segundo se nos va la semana santa.

Ya solo nos queda una. La noche se nos va terminando, pero queremos que se haga lo más intensamente posible y por ello nos vamos a buscar a la hermandad de Montserrat por las inmediaciones de la calle San Pablo, instantes antes de su entrada en la capilla. Bajaremos pues la cuesta del Rosario, ya despejada, y una vacía y oscura plaza del Salvador, sola, por entre cárceles cruzaremos la calle Sierpes, dormida, con las sillas apiladas en perfectas hileras. Por último, mediante Tetuán y Rioja llegamos a la confluencia de Medez Nuñez con San Pablo. Por allí discurren ya los cubrerrostros de azul raso. Con el fondo hermoso de la espadaña de la Magdalena iluminada alzándose sobre los altos árboles que preceden a su entrada.

Hay que fijarse en la alegoría de la Fe que representa esta hermandad, con una jóven integrada entre sus filas de nazarenos que procesiona con los ojos velados por un paño de tul y vestida de blanco, así mismo la Verónica también se hace carne entre sus filas de raso azul, con una hermana de la corporaciòn que encarca tal personaje biblico.

Pero sobre todo hay que fijarse en lo que viene. Los sones de las Tres Caídas, con sus cornetas al viento, nos avisan de que le primer paso está cerca. Tanto que los ciriales ya han girado en la Magdalena. El canasto se planta ante nosotros andando de largo, sin ningún tipo de dudas, con su cuadrilla obediente con quien va delante. La revirá con la izquierda alante y la derecha atrás es impresionante, completamente acompasada con la banda. El paso es increible, un canasto altísimo sirve de trono perfecto para el Hijo de Dios, para el Mismísimo Dios hecho hombre por las calles de Sevilla, para el Gran Poder Crucificado, para el Santísimo Cristo de la Conversión. Su cara guarda la expresión de la redención infinita, de la clemencia ante sus hijos. Sus ojos miran como un padre a un hijo al Buen Ladrón. Su regia cabeza coronada de espinas se alza portentosa sobre su pecho. La fotografía que se forma cuando el paso se marcha en dirección a su capilla es digna de mención. Se recortan las tres cruces sobre el fondo de la espadaña y de Reyes Católicos.



Tras Él viene su madre. Una Virgen dulcísima, de expresión niña, una Virgen que rebosa belleza por los cuatro costados. Su palio es original, una crestería de plata remata el techo, y las caídas se mecen por fuera de los varales. Leones y Castilletes bordan su manto sobre terciopelo azul. Los sones del Maestro Tejera dan aún más emotividad e intensidad si cabe al momento. La vuelta nos va dejando huérfanos de la Virgen y, casi sin darnos cuenta, huérfanos de cofradías.

La noche se ha hecho madrugada y nos tenemos que ir. Mañana es sábado santo y quedará un día para que el Señor Resucite.



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