La hermandad de Pasión ha cruzado la frontera. El Jueves Santo y la Madrugá se han unido por unos instantes en que la plaza del Salvador retenía el frío de la mañana y el calor de la tarde en una perfecta conjunción de colores, olores e imágenes.
Hemos de apresurarnos. La hermandad del Silencio ya ha puesto su cruz de guía en la calle, cruz saludada con una saeta que como ritual de la madrugá anuncia el inicio de la noche más larga del año. Recorremos la calle Cuna, rodeamos por Lasso de la Vega y nos emplazamos en la esquina del Bar Duque, desde donde disfrutaremos del discurrir de la Madre y Maestra de las Cofradías sevillanas.
El ruán negro brilla al contacto con la tenue luz amarillenta de las farolas fernandinas, y los cirios al cuadril ya han salpicado el antifaz del encagado de tramo, con palermo y pabilo en sus manos descubiertas, sin guantes. Los miles de flashes azules eléctricos dirigidos hacia la calle "El Silencio" nos ponen en preaviso, Jesús Nazareno ya está en la calle, entre esos naranjos en flor que pueblan sus aceras. Los ciriales avanzan valientes ya por la calle Alfonso XII y tras ellos, el paso del Cristo de la Cruz al revés, el Señor de Ocampo. La talla del Nazareno de la mirada triste, de la corona hincada, de las sienes sangrantes y de barba barrocamente poblada sobre la faz de su rostro. Los faroles de plata toman protagonismo en la oscuridad amen de los ángeles ceriferarios que escoltan ambos flancos del Divino Salvador. La túnica borada a penas se mueve, las manos abrazan el madero de plata y carey mientras avanza el paso en un silencio solo roto por el racheo de su cuadrilla de costaleros.
Cerca nuestra arría el paso. Podemos ver entonces, ahora que nuestras pupilas se han acostumbrado a la iluminación y disciernen mejor las formas, la impresionante canastilla, y los hermosos respiraderos dorados sobre los que procesiona la preciosa talla. La levantá va al cielo, y en menos que nos damos cuenta, el público de la Campana, a lo lejos, se levanta para rendir honores al mejor de los nacidos.
La hermandad va ligera, en silencio, callada, sin hacer más ruido que el rachear costalero y el movimiento de incensarios ante los pasos. El pertiguero con su decidido golpe nos avisa de que los ciriales ya aparecen por la calle Alfonso XII lo que significa que en poco el palio estará revirando. Y así es, el paso aparece poco a poco, varal a varal, jarra a jarra, cirio a cirio, hasta la cara de la Virgen. Hermosísima talla de Sebastián Santos acompañada del discípulo Amado. Iluminada por la candelería termina una aliviada revirá y sale andando de frente con decisión, el movimiento del palio de plata duele nada más verlo, lo llaman la batidora, por algo será.
Pasa ante nosotros como una exalación, dejando en el aire el olor a azahar fresco, recien abierto, que puebla las jarras de sus costeros. Avanza sin dudarlo y se adentra en la Campana siempre cumpliendo su horario.
Y del recogimiento y el silencio, al más puro sentimiento cofrade, a la expresión semanasantera de la fiesta, al barrio de la Feria, a la Macarena. Por Trajano andaremos buscando la cofradía, y no la esperaremos, porque si la esperamos desesperamos y el desesperamiento no es un buen compañero en la madrugá sevillana. Recorriendo antifaces morados, filas ingentes de terciopelo y capas de merino llegamos hasta bien entrada la calle correduría, allí nos encontramos con el paso de misterio de la hermandad de la Macarena, el Cristo de la Sentencia.
La levantá se produce en medio de un tumulto de devoción y espectación por ver en la calle a la hermandad de la Resolana, a la cofradía de la muralla, a los que vienen del arco enarbolando a su Esperanza. El paso avanza a los sones antañeros de la centuria Romana Macarena, esos románticos romanos que diseñara Rodríguez Ojeda con las mallas tintas y las plumas de Avestruz. Ataviados como los del paso. Sus sones sirven para que el paso torne el sobre los pies por un costero largo típico de Pilato. El canasto es una joya, completamente historiado, grandes cartelas policromadas se intercalan en el oro penetrante de sus volúmenes y los candelabros de guardabrisas van cimbreando a cada mecida.
El Señor permanece quieto, callado ante la actitud del centurión que le custodia. Maniatado, con la mirada gacha, con el rostro y el gesto sereno, sin extridencias, con su cabeza coronada de espinas y la cara perlada de sangre. El Señor preside la balconada de la delantera de donde le llueven flashes, piropos, besos y saetas. La Macarena en estado Puro, la voz rota de Miguel Loreto manda la derecha alante para cuadrar el paso poco a poco con los bolardos de la Alameda de Hércules en una chicotá que concluirá poco antes de revirar hacia Trajano.
Levanta de nuevo con una gran ovación y se dirige a enfilar la nueva calle a los sones clásicos centurianos, al costero a costero, la espectación es máxima, no se oye un alma, el paso se va llamando poco a poco con la izquierda alante y la derecha atrás, ganando la pelea con soltura, hasta salir con el costero largo y adentrarse de lleno entre la marabunta de gente, al concluir la marcha el característico paso atrás para tomar impulso arranca un aplauso cerrado que acompaña a Jesús de la Sentencia hasta que queda arriado.
Llegados hasta aquí nos acercamos cuanto podemos, y avanzamos con ella hasta donde nos deje la bulla. Mirando su cara de lloro eterno, sus manos de consuelo desconsolado y su barrio deshecho con ella. El ya famoso redoble del Carmen de Saleras anuncia una marcha de corte macareno para adentrarse en la calle que hoy, más que ningún otro día del año, es Feria por los cuatro costados.
El palio de malla pende de un techo burdeos, todo bordado en oro, y sostenido por doce varales de plata que son una auténtica delicia. Avanza entre la multitud que no es una multitud cualquiera, sino Su multitud. Gana metros poco a poco hasta que no puede andar más y tiene que parar su marcha. La acompañaremos hasta la altura de Omnium Sanctorum momento en el cual nos despediremos de ella como se merece la Madre de Dios y buscaremos otros derroteros en la madruga sevillana.
Por ello rodeamos por la Cruz Verde y desde Castellar tomamos la calle Regina y la Encarnación y por Puente y Pellón llegamos al Salvador y Sagasta, por donde atravesaremos la carrera oficial en su cruce de Sierpes y accederemos a Tetuán. Al final la hermandad del calvario, en torno a las cuatro de la mañana irá buscando con su austera cruz de guía la plaza de la Campana.
Efectivamente, con puntualidad británica, a las cuatro en punto de la noche, la cruz de guía de la hermandad del Calvario se posa en la misma calle Velazquez. La hermandad no es muy numerosa pero tarda en pasar debido a su puesto en la nómina de la jornada, detrás de la Macarena. Pese a ello, la hermandad avanza hasta quedar frenada justo en la confluencia de Tetúan y la Campana, en la que su cruz rinde pleitesía al macareno palio alzándose a su paso y levantando los cirios los nazarenos de ese primer tramo. El crucificado aparece por el final de la calle. Es impresionante, otro cristo de Ocampo, en este caso crucificado. Su piel es blanca, blanquecina, el color de la muerte se trasluce en sus carnes, el Señor pende del madero, con tres clavos y los latigazos están ya secos de sangre, no son más que arañazos profundos en un cuerpo sin vida. Sobre el sobrio canasto iluminado por sobrios hachones avanza el señor del Calvario, sobre un monte tallado, adornado solo por un escueto friso de lirios morados. Avanza con larga zancada hasta más no poder, la hermandad está comprimida y debe esperar al paso de la Macarena para avanzar.
El silencio solo es roto por una esporádica tos, un sonido peregrino que se pierde en la noche. El incienso sube hasta el cielo en columnas ingentes de humo dejando su rastro de olor suave, el llamador pone al señor en el cielo y la voz del capataz, con órdenes cortas y precisas, lo hace andar de frente, pasa ante nosotros en silencio, con el racheo callado del trabajo costalero y se aleja como vino, sin hacer ruído.
Pasado el primer paso vamos en busca de la gracia, de la niña de la Magdalena, de la Virgen de Presentación. La dolorosa de Astorga se mece bajo un paso de palio oscuro, con unas aperturas en sus bambalinas que dejan salir la luz de la candelería más poblada de la semana santa sevillana. las levantas suenan eternas, fuertes, duras, cansadas. La noche es fría y el paso avanza con el característico sonido de las borlas chocando con los varales. El palio de cajón se adentra en la calle Velazquez y al permanecer arriado nos deja disfrutar de Ella.
Qué decir, qué decir de su cara, de sus ojos de su boca y de sus manos. De la cabeza doblada, de su testa inclinada, de su expresion desesperada de llanto desconsolado. Qué decir de una Virgen que habla sola con su mirada, de su belleza infinita que se pierde en ese palio que no puede contener el llanto que de sus ojos brota.
La levantá nos deja sin ella, nos deja huérfanos de una cara que nos enamora en cada chicotá. La levantá se la lleva en dirección a la campana para iniciar el recorrido oficial. La levantá nos anuncia que hay que buscar a otra hermandad, a otro silencio de Sevilla.
Da lo mismo que vista túnica lisa que bordada, corona de espinas, potencias, cruz con remates o cruz simple, da lo mismo que procesione sobre paso o sobre andas, lo mismo da quien lo lleve, el aura devocional que envuelve a ésta imágen no es equiparable a nada. Dios hecho madera ha pasado ante nuestros ojos, y se ha marchado dejando el regusto de querer volver a verlo.
El gran número de nazarenos hace que la virgen se retrase en su paso por Zaragoza. Pese a que la hermandad no se para en ningún momento.
Con la parsimonia del regreso, con la cera gastada y cansada de toda la noche, la Virgen de la Angustia aparece a los pies de la Giralda. Su palio de terciopelo azul y malla se mece a los sones de la música flamenca que suena tras su manto.
Como a su hijo las manos de Fernandez Andes tallaron su rostro. Un rotro moreno inclinado, que muestra la pasión del llanto gitano, consumido entre sus mismas manos. Alberto Gallardo arenga a sus hombres entre estudiadas frases desde la delantera del palio. El sol que se va alzando desde el barrio Santa Cruz, como desperezandose en esta hermosa mañana, va bañando las bambalinas y respiraderos de arriba abajo.
La Virgen se adentra en la Cuesta del Bacalao detrás de su Hijo, a los sones de la música de palio, de las trompetas y el platillo, de las trompas y bombardinos, a los sones divinos de la madrugá que se escapa. La muerte más dulce la tiene Jesús en Sevilla.
Nos vamos ahora para Triana. Sin dilación alguna. La Esperanza discurre en estos momentos por el Baratillo, por el corazón del Arenal, el misterio ha de andar por Reyes Católicos dirigiendose al puente. Nosotros saldremos a la misma calle pero lo adelantaremos para esperarlo en San Jacinto, en la llegada triunfal al barrio después de toda la noche fuera, para esperarlo en filella al amparo de un café caliente que nos despierte.
La cofradía viene de vuelta, los antifaces y túnicas morados, ocultan ojos cansados de madrugada. Los más pequeños acaban de reincorporarse a las filas de la mano de sus padres, los naranjos de San Jacinto parecen más floridos que otros días, el cielo es azul intenso y el canasto brilla cruzando el puente hacia su barrio.
Con el izquierdo por delante lo vemos en la lejanía adentrarse en San Jacinto, la bulla se agolpa en la capilla la capilla de la Estrella, los ciriales preceden al paso del Señor caído de Triana. Dicen que el caballo le resta importancia al cristo, será para quien el Cristo no sea lo más grande, el Cristo sobresale por encima del resto del conjunto, gana metros poco a poco, tres pasos largos y tres cortos, un poco de cintura y un aplauso que resuena en el corazón de la Cava. El embrujo de Triana se hace marcha en esa novena trabajadera blanca de casacas y gorras de plato que van poniendo sones al paso de misterio de la hermandad de Triana.
La dimensión que toma la ofradía en el barrio es inenarrable, el cortejo se hace uno con el público, el paso llega ante nosotros envuelto en un aura de gloria que sólo triana sabe dar a sus pasos. La levantá no suena dolorosa, suena a volar con el Cristo de las Tres Caídas. Con su túnica bordada, con su mano en la peña, con su rodilla en tierra con la cruz encima, con las potencias de oro, con la corona de Espinas, con su cara dulcemente renegrida por el culto devotísimo de los siglos trianeros. Los muros de Santana ya se estremecen esperando la llamada de su Mudo y el saludo de su Cristo, el bar prepara los botellines para la cuadrilla y la madrugá va expirando por las calles del arrabal trianero.
Mas solo queda un momento, como caído del cielo, un instante que eterniza la madrugá de los sueños. Ya se acerca la Esperanza arropada por su pueblo, mecida entre varales de plata tan trianeros. Mas solo queda un momento en la calle San Jacinto, para poderle rezar a la Madre de mi Cristo.
Y no hay palabras. Me quedo mudo. Es inexplicable lo que sucede cuando ese palio de malla, doradamente bordado cruza la plaza del Altozano tras el saludo de pleitesía a la Capillita del carmen y se adentra en San Jacinto entre palmas y alegrías entre vítores y saetas entre caras de emoción y espectacíon. No se puede explicar lo que acontece en triana cuando la Esperanza levanta su paso, y avanza sobre esos 30 privilegiados que van ganando metros poco a poco para que no se les acabe la madrugá.
Pero el arte de lo efímero es lo que tiene, las marchas de la Esperanza van resonando entre naranjos de San Jacinto, mientras se saluda a la Virgen del Domingo de Ramos, la mañana ya es día, medio día, Triana ya es fiesta, Cristo está muerto. La madrugá se ha marchado, el barrio empieza a tornar su verde esperanza en raso morado y sarga negra.
1 comentario:
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